Si Rebeca Rodríguez pudiera hablarle al oído a una mujer maltratada, le diría: “Huye. Escapa. Si te mata no te imaginas lo que queda aquí. Tus hijos ya no van a tener una vida normal. Jamás. No van a volver a confiar en la gente”.
Rebeca, 30 años, es la menor de los cuatro hijos del matrimonio de Benita del Valle y Eugenio Rodríguez. En mayo de 2006, la noticia de que Eugenio había degollado a Benita, había troceado su cuerpo y lo había tirado en bolsas de basura al Pisuerga dejó a Valladolid helado. El día que la Policía halló la primera bolsa con los restos de Benita, su hija Rebeca llevaba 70 días -y 70 noches- preguntándose por el paradero de su madre y consolando a su padre, “deshecho” por el supuesto ‘abandono’. Ese día, Rebeca no lloró.
“Es como si vieras una película. Parece que no te está pasando a ti realmente. No reaccionas”, cuenta esta joven de aspecto frágil y tono sereno gracias a muchas horas en el diván del psicoanalista.
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